Skip to content
Noticias Cuscatlán | Todas las noticias de El Salvador y sus alrededores las encuentras aquí
  miércoles 10 septiembre 2025
  • Contacto
  • Sobre Nosotros
  • Nacional
  • Mundo
  • Economía
  • Deportes
  • Política
  • Cultura
  • Tecnología
Trending
5 de septiembre de 2025Los 10 lugares favoritos de… Jorge Baradit: “Mis amigos y yo éramos rebeldes de Star Wars” 29 de octubre de 2024Mireia Moutik Silvestre presenta ‘El Propósito’ 29 de abril de 2025Raquel Quirós Pozo presentó su primera novela, Caminar, en la parada de la Editorial Letrame durante la Diada de Sant Jordi 2025 28 de agosto de 2025Exiliados salvadoreños se unen para conformar la «Mesa del Exilio Salvadoreño” 5 de noviembre de 2024Alejandro Restrepo Ochoa Presenta ‘Piedad’: Una Novela Histórica que Explora el Amor y la Violencia en Colombia 25 de abril de 2025Irina Dreams presenta su obra La Elegida en Sant Jordi 2025 de la mano de Editorial Letrame 31 de julio de 2025Josef H. S. irrumpe en la fantasía histórica con una épica conmovedora y audaz 7 de septiembre de 2025Detenidos el vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna y una decena de funcionarios por tráfico de combustible en México 13 de mayo de 2025Luis Jacobo Numhauser Tognola presenta una mirada integradora de la salud mente-cuerpo 9 de septiembre de 2025Sepelio del padre Tojeira será el jueves luego de dos días de vela
Noticias Cuscatlán | Todas las noticias de El Salvador y sus alrededores las encuentras aquí
Noticias Cuscatlán | Todas las noticias de El Salvador y sus alrededores las encuentras aquí
  • Nacional
  • Mundo
  • Economía
  • Deportes
  • Política
  • Cultura
  • Tecnología
  • Contacto
  • Sobre Nosotros
Noticias Cuscatlán | Todas las noticias de El Salvador y sus alrededores las encuentras aquí
  Política  Las matronas del Caribe que cuidan con los sabores de la cocina tradicional
Política

Las matronas del Caribe que cuidan con los sabores de la cocina tradicional

7 de septiembre de 2025
FacebookX TwitterPinterestLinkedInTumblrRedditVKWhatsAppEmail

Iveth Herrera Miranda acomoda el retrato de su madre en una pared de la cocina antes de empezar a preparar los buñuelos de maíz que María de los Santos Miranda Casiani – ‘Manto’, como la conocían – hacía cuando ella era niña. Alista el maíz, la sal, la harina y el anís con la misma dedicación con la que ha instalado la fotografía. La mujer de la imagen parece observarla con una mirada efusiva, como cuando la tomaba de la mano para enseñarle en cada preparación. “Todo lo que sé me lo enseñó ella”, rememora la hija.

Herrera tritura el maíz en el molino que heredó de Manto. Lo hace con la fuerza que tuvo su madre para sostener a diez hijos, vendiendo comida en Barrio Abajo, Barranquilla. Allí habían llegado desde San Basilio de Palenque, un corregimiento fundado por cimarrones que huyeron de la esclavitud. En la cocina de Manto nacían expresiones del cuidado que conceden las madres, las abuelas; las mujeres, principalmente. “Son matronas porque son sabedoras. No todo el mundo cocina con esa sazón”, describe la también maestra de danzas. Con el maíz molido prepara la masa, estruja el anís para agregar el sabor y frita los buñuelos al calor del fogón con la destreza de una coreografía. Un olor provocador se esparce por la casa que compró gracias a ventas como las que emprendía la madre fallecida. “Me vi con ella cortando el queso”, susurra mientras lo sirve con los buñuelos crujientes. “Ahora cuido de un patrimonio”, añade con la misma sonrisa que luce su mamá en la fotografía.

Iveth Herrera alista el maíz para la preparación de los buñuelos.Corte del maíz viche para la preparación.Buñuelos preparados por Iveth.

Dos horas al sur por carretera, el sol tiñe el cielo de naranja en el puerto de Suan, un pequeño municipio que irradia la esencia del Caribe, a orillas del río Magdalena. Pobladores que viven del otro lado del lecho, en el departamento del mismo nombre, cruzan en embarcaciones de madera a visitar a familiares o a vender pescado fresco. El puerto enmarca postales de un pueblo en el que la cocina tradicional ha sido el sustento de familias enteras.

Por más de 50 años, Ana Palmera de Brochero madrugó a sazonar los alimentos que vendía en su restaurante, cerca del puerto. Viajeros, lancheros y conductores de los buses saboreaban su carne en bistec o su arroz de coco desde antes de llegar. “Empecé con mi hermana y le puse tanto empeño a la cocina que le cogí amor. Todo se lo debo a ella”, dice a sus 76 años, en la placidez de una mecedora. En sus platos no solo había deleite, sino cariño. “Ana terminó convirtiéndose en la abuela de sus comensales”, cuenta su nieta Liceth Fonseca, que representa a la tercera generación de matronas de su familia.

De niña aprendió a relajar la carne, a tajarla en finos cortes. A sus 35 años, vende chicharrones y platos típicos en su propio negocio. Su mamá, que murió, también había heredado saberes de la cocina, así como sus tíos. Uno de ellos conserva el restaurante de Ana. Otras mujeres siguieron el legado de sus madres o abuelas, que cocinaban entre el humo sofocante de la leña, y también han sacado adelante a hijos y nietos, algunas hombro a hombro con sus maridos. Con la venta de cocadas, Mary, de 77 años, apoyó al primer nieto, profesional en música. Egla, de 71 años, vende empanadas y carimañolas por 1.000 pesos (25 centavos de dólar), una cifra mínima frente a su esfuerzo: moler, amasar y fritar, día tras día. Formó a tres hijos y le satisface aportar para el transporte de sus nietos, que van a la universidad.

Todas ellas, además, sostienen el tejido comunitario. Carmen Guerrero vende pasteles a trabajadores en el puerto. “El que no puede comer en un restaurante, se acomoda con un pastelito [arroz con carne guisada, envueltos en hojas de plátano o bijao]. Me ayudan y yo los ayudo”, remarca con voz amable. Las mujeres han hecho de aquel lugar un rincón que invita al regreso. “El puerto huele a sopita, a mimo”, evoca la nieta de Ana Palmera.

Mary Luz sostiene una cocada elaborada por ella.Mary Luz en su casa en Suan.Liceth Fonseca, en su restaurante, en Suan.Amanecer en el puerto de Suan.Carmen Guerrero conversa con Liceth Fonseca, en su puesto de comida en el puerto.Egla Pacheco amasa una preparación en su puesto de fritos.Egla Pacheco frita sus productos, en Suan.Ana Palmera, abuela de Liceth Fonseca, en el patio de su casa.

A 80 kilómetros de allí, otro grupo de matronas lidera la Asociación de mujeres hacedoras de pastel de Pital de Megua, un poblado del municipio de Baranoa. En las hojas verdes del bijao sobresalen el amarillo del arroz, el naranja de la zanahoria, los varios tonos de la papa y los vegetales, el pollo y el cerdo. Lo que envuelven con pericia no es solo alimento, sino horas de trabajo. Antes han cargado el mercado, han picado las verduras y han adobado las carnes.

Su actitud alegre refleja los frutos de su consagración. Hasta hace algunos años sacaban los pasteles desde el corregimiento hasta la orilla de la carretera, donde los vendían en carpas. Ahora son propietarias de un vistoso paradero. “Soy matrona”, se lee en sus camisetas. Se turnan la atención del espacio para que todas puedan aumentar su producción. “La mayoría dependemos de los pasteles. En mi casa trabajamos mi esposo, mi nuera y mis hijos”, cuenta Eva Lazzo.

“No sentimos competencia, sino unión”, subraya Rocío Barrios, que rinde tributo a su madre con el nombre de su negocio: Niña Judy. Cada junio llega el festival del pastel y duermen pocas horas, preparando 1.000 o más por familia. Cocinan con las manos y el cuerpo entero en jornadas extenuantes. “Después de tremenda faena, nos metemos al baño, nos mojamos. Y hay estrés: que la gallina, que el adobo, que se fue la luz. Todo afecta”, reconoce Rosaura López, que padece Parkinson. Varias de ellas han sufrido problemas de salud. “Admiro mucho a estas mujeres. Son las que engrandecen el nombre de Pital de Megua”, dice el comerciante Yeimer Gómez.

Eva Lazzo y María Urieles preparan patacones, en Pital de Megua.Preparación del pastel pitalero.Rocío Barrios sotiene un retrato de su mamá, la 'Niña Judy', en su casa en Pital de Megua.Claudia Patiño recoge hojas de bijao para envolver los pasteles.Las matronas de Pital de Megua descansan bajo un árbol.Jennifer Marsiglia en la sede de Red Matronxs, en Barranquilla.

Se cuidan entre ellas, alertando sobre la falta de descanso y cultivando una amistad que no concede culpas al goce. “Buscamos días diferentes, ir por un helado, comer pollo frito o tomar cocteles”, comparte Claudia Patiño, líder de la asociación. A María Urieles, la mayor, la acogieron cuando dejó de trabajar como empleada doméstica. “Llegué de capa caída. Ahora tengo las alas abiertas”, agradece.

Todas forman parte de la Red Matronxs, integrada por más de 150 cocineras tradicionales y una decena hombres en el departamento del Atlántico. Quien la ha impulsado es Jennifer Marsiglia, una psicóloga que creció en una familia de matronas y que reconectó con sus raíces cuando atendía a víctimas del conflicto armado en El Salado, en los Montes de María. Empezó organizando encuentros culinarios, directamente en las cocinas, entre mujeres y jóvenes para abrir diálogos que ayudaran a salvaguardar el patrimonio gastronómico.

Desde entonces, se ha empeñado en visibilizar el rol de las mujeres en sus familias. “Nuestras mujeres, no solo en Colombia, sino en América Latina, han vivido la invisibilización de un trabajo diario, comprometido, olvidado y poco agradecido: el de cuidar y estar frente a sus hogares. Todo el tiempo lo olvidamos, cuando nuestras mamás, abuelas, tías o madrinas, han estado cuidándonos la panza y el espíritu. La cocina ha sido un espacio desde el que las mujeres han hecho cosas muy poderosas”, defiende la fundadora de la Corporación Sabores y Saberes. En esa labor, la acompaña Reimaginemos, una iniciativa del Centro de Investigación Comunitaria Acción Pública, que advierte los desafíos sociales, culturales y económicos del cuidado no remunerado.

Más Noticias

Cifras, cifras y más cifras… y un recargón

2 de septiembre de 2025

La estrategia de Marco Rubio en México: detener los aranceles a cambio de parar el tráfico de fentanilo

3 de septiembre de 2025

La agresión de Alito a Noroña impulsa la unidad en Morena y quita terreno a la oposición

29 de agosto de 2025

Los zapateros mexicanos reciben el salvavidas oficial ante la amenaza de las importaciones

30 de agosto de 2025

En la red, las matronas han encontrado oportunidades de formación e intercambio de experiencias, y han podido conocerse entre ellas, en el Atlántico y otros departamentos. Los ingredientes de Iveth, Liceth y muchas más ahora también están presentes en la cocina de María Eugenia Arrieta, una antropóloga que llegó de Venezuela junto a su esposo, con la única certeza de tener que reiniciar su vida en Colombia. Con la distancia que la separa de su familia atravesada en el pecho, rescató su identidad desde un lugar que le permite conectar el hogar de antes con el de ahora. “La cocina es parte de mí; pienso desde la cocina, creo desde la cocina, desde ahí cuido de nosotros y de los demás”, resalta.

Tequeño preparado por María Eugenia Arrieta.Arrieta pone la mesa, en su casa en Barranquilla.

Arrieta cubre su mesa con un mantel de cuadros que adorna con flores blancas en un apartamento del centro de Barranquilla. Sirve recetas de su país como si el alma hablara en cada una: el tequeyoyo, el corbullón de pescado, la tartaleta de maíz tierno, los esponjosos golfeados que prepara con productos locales. Los puestos de su comedor acogen nuevos afectos, como los que ha hallado con la red de matronas. “La cocina ha sido fundamental para dejar el desarraigo, para volver a ser personas que comen unidas alrededor de una mesa”, comenta. Su cocina tiene aires caribeños: “sabe a mango, a bollos, a mazorca. Sabe mucho a nostalgia, pero también a renacer”.

Seguir leyendo

 Iveth Herrera Miranda acomoda el retrato de su madre en una pared de la cocina antes de empezar a preparar los buñuelos de maíz que María de los Santos Miranda Casiani – ‘Manto’, como la conocían – hacía cuando ella era niña. Alista el maíz, la sal, la harina y el anís con la misma dedicación con la que ha instalado la fotografía. La mujer de la imagen parece observarla con una mirada efusiva, como cuando la tomaba de la mano para enseñarle en cada preparación. “Todo lo que sé me lo enseñó ella”, rememora la hija. Herrera tritura el maíz en el molino que heredó de Manto. Lo hace con la fuerza que tuvo su madre para sostener a diez hijos, vendiendo comida en Barrio Abajo, Barranquilla. Allí habían llegado desde San Basilio de Palenque, un corregimiento fundado por cimarrones que huyeron de la esclavitud. En la cocina de Manto nacían expresiones del cuidado que conceden las madres, las abuelas; las mujeres, principalmente. “Son matronas porque son sabedoras. No todo el mundo cocina con esa sazón”, describe la también maestra de danzas. Con el maíz molido prepara la masa, estruja el anís para agregar el sabor y frita los buñuelos al calor del fogón con la destreza de una coreografía. Un olor provocador se esparce por la casa que compró gracias a ventas como las que emprendía la madre fallecida. “Me vi con ella cortando el queso”, susurra mientras lo sirve con los buñuelos crujientes. “Ahora cuido de un patrimonio”, añade con la misma sonrisa que luce su mamá en la fotografía.Dos horas al sur por carretera, el sol tiñe el cielo de naranja en el puerto de Suan, un pequeño municipio que irradia la esencia del Caribe, a orillas del río Magdalena. Pobladores que viven del otro lado del lecho, en el departamento del mismo nombre, cruzan en embarcaciones de madera a visitar a familiares o a vender pescado fresco. El puerto enmarca postales de un pueblo en el que la cocina tradicional ha sido el sustento de familias enteras.Por más de 50 años, Ana Palmera de Brochero madrugó a sazonar los alimentos que vendía en su restaurante, cerca del puerto. Viajeros, lancheros y conductores de los buses saboreaban su carne en bistec o su arroz de coco desde antes de llegar. “Empecé con mi hermana y le puse tanto empeño a la cocina que le cogí amor. Todo se lo debo a ella”, dice a sus 76 años, en la placidez de una mecedora. En sus platos no solo había deleite, sino cariño. “Ana terminó convirtiéndose en la abuela de sus comensales”, cuenta su nieta Liceth Fonseca, que representa a la tercera generación de matronas de su familia.De niña aprendió a relajar la carne, a tajarla en finos cortes. A sus 35 años, vende chicharrones y platos típicos en su propio negocio. Su mamá, que murió, también había heredado saberes de la cocina, así como sus tíos. Uno de ellos conserva el restaurante de Ana. Otras mujeres siguieron el legado de sus madres o abuelas, que cocinaban entre el humo sofocante de la leña, y también han sacado adelante a hijos y nietos, algunas hombro a hombro con sus maridos. Con la venta de cocadas, Mary, de 77 años, apoyó al primer nieto, profesional en música. Egla, de 71 años, vende empanadas y carimañolas por 1.000 pesos (25 centavos de dólar), una cifra mínima frente a su esfuerzo: moler, amasar y fritar, día tras día. Formó a tres hijos y le satisface aportar para el transporte de sus nietos, que van a la universidad. Todas ellas, además, sostienen el tejido comunitario. Carmen Guerrero vende pasteles a trabajadores en el puerto. “El que no puede comer en un restaurante, se acomoda con un pastelito [arroz con carne guisada, envueltos en hojas de plátano o bijao]. Me ayudan y yo los ayudo”, remarca con voz amable. Las mujeres han hecho de aquel lugar un rincón que invita al regreso. “El puerto huele a sopita, a mimo”, evoca la nieta de Ana Palmera.A 80 kilómetros de allí, otro grupo de matronas lidera la Asociación de mujeres hacedoras de pastel de Pital de Megua, un poblado del municipio de Baranoa. En las hojas verdes del bijao sobresalen el amarillo del arroz, el naranja de la zanahoria, los varios tonos de la papa y los vegetales, el pollo y el cerdo. Lo que envuelven con pericia no es solo alimento, sino horas de trabajo. Antes han cargado el mercado, han picado las verduras y han adobado las carnes. Su actitud alegre refleja los frutos de su consagración. Hasta hace algunos años sacaban los pasteles desde el corregimiento hasta la orilla de la carretera, donde los vendían en carpas. Ahora son propietarias de un vistoso paradero. “Soy matrona”, se lee en sus camisetas. Se turnan la atención del espacio para que todas puedan aumentar su producción. “La mayoría dependemos de los pasteles. En mi casa trabajamos mi esposo, mi nuera y mis hijos”, cuenta Eva Lazzo.“No sentimos competencia, sino unión”, subraya Rocío Barrios, que rinde tributo a su madre con el nombre de su negocio: Niña Judy. Cada junio llega el festival del pastel y duermen pocas horas, preparando 1.000 o más por familia. Cocinan con las manos y el cuerpo entero en jornadas extenuantes. “Después de tremenda faena, nos metemos al baño, nos mojamos. Y hay estrés: que la gallina, que el adobo, que se fue la luz. Todo afecta”, reconoce Rosaura López, que padece Parkinson. Varias de ellas han sufrido problemas de salud. “Admiro mucho a estas mujeres. Son las que engrandecen el nombre de Pital de Megua”, dice el comerciante Yeimer Gómez.Se cuidan entre ellas, alertando sobre la falta de descanso y cultivando una amistad que no concede culpas al goce. “Buscamos días diferentes, ir por un helado, comer pollo frito o tomar cocteles”, comparte Claudia Patiño, líder de la asociación. A María Urieles, la mayor, la acogieron cuando dejó de trabajar como empleada doméstica. “Llegué de capa caída. Ahora tengo las alas abiertas”, agradece.Todas forman parte de la Red Matronxs, integrada por más de 150 cocineras tradicionales y una decena hombres en el departamento del Atlántico. Quien la ha impulsado es Jennifer Marsiglia, una psicóloga que creció en una familia de matronas y que reconectó con sus raíces cuando atendía a víctimas del conflicto armado en El Salado, en los Montes de María. Empezó organizando encuentros culinarios, directamente en las cocinas, entre mujeres y jóvenes para abrir diálogos que ayudaran a salvaguardar el patrimonio gastronómico.Desde entonces, se ha empeñado en visibilizar el rol de las mujeres en sus familias. “Nuestras mujeres, no solo en Colombia, sino en América Latina, han vivido la invisibilización de un trabajo diario, comprometido, olvidado y poco agradecido: el de cuidar y estar frente a sus hogares. Todo el tiempo lo olvidamos, cuando nuestras mamás, abuelas, tías o madrinas, han estado cuidándonos la panza y el espíritu. La cocina ha sido un espacio desde el que las mujeres han hecho cosas muy poderosas”, defiende la fundadora de la Corporación Sabores y Saberes. En esa labor, la acompaña Reimaginemos, una iniciativa del Centro de Investigación Comunitaria Acción Pública, que advierte los desafíos sociales, culturales y económicos del cuidado no remunerado.En la red, las matronas han encontrado oportunidades de formación e intercambio de experiencias, y han podido conocerse entre ellas, en el Atlántico y otros departamentos. Los ingredientes de Iveth, Liceth y muchas más ahora también están presentes en la cocina de María Eugenia Arrieta, una antropóloga que llegó de Venezuela junto a su esposo, con la única certeza de tener que reiniciar su vida en Colombia. Con la distancia que la separa de su familia atravesada en el pecho, rescató su identidad desde un lugar que le permite conectar el hogar de antes con el de ahora. “La cocina es parte de mí; pienso desde la cocina, creo desde la cocina, desde ahí cuido de nosotros y de los demás”, resalta. Arrieta cubre su mesa con un mantel de cuadros que adorna con flores blancas en un apartamento del centro de Barranquilla. Sirve recetas de su país como si el alma hablara en cada una: el tequeyoyo, el corbullón de pescado, la tartaleta de maíz tierno, los esponjosos golfeados que prepara con productos locales. Los puestos de su comedor acogen nuevos afectos, como los que ha hallado con la red de matronas. “La cocina ha sido fundamental para dejar el desarraigo, para volver a ser personas que comen unidas alrededor de una mesa”, comenta. Su cocina tiene aires caribeños: “sabe a mango, a bollos, a mazorca. Sabe mucho a nostalgia, pero también a renacer”. Seguir leyendo  

Iveth Herrera Miranda acomoda el retrato de su madre en una pared de la cocina antes de empezar a preparar los buñuelos de maíz que María de los Santos Miranda Casiani – ‘Manto’, como la conocían – hacía cuando ella era niña. Alista el maíz, la sal, la harina y el anís con la misma dedicación con la que ha instalado la fotografía. La mujer de la imagen parece observarla con una mirada efusiva, como cuando la tomaba de la mano para enseñarle en cada preparación. “Todo lo que sé me lo enseñó ella”, rememora la hija.

Herrera tritura el maíz en el molino que heredó de Manto. Lo hace con la fuerza que tuvo su madre para sostener a diez hijos, vendiendo comida en Barrio Abajo, Barranquilla. Allí habían llegado desde San Basilio de Palenque, un corregimiento fundado por cimarrones que huyeron de la esclavitud. En la cocina de Manto nacían expresiones del cuidado que conceden las madres, las abuelas; las mujeres, principalmente. “Son matronas porque son sabedoras. No todo el mundo cocina con esa sazón”, describe la también maestra de danzas. Con el maíz molido prepara la masa, estruja el anís para agregar el sabor y frita los buñuelos al calor del fogón con la destreza de una coreografía. Un olor provocador se esparce por la casa que compró gracias a ventas como las que emprendía la madre fallecida. “Me vi con ella cortando el queso”, susurra mientras lo sirve con los buñuelos crujientes. “Ahora cuido de un patrimonio”, añade con la misma sonrisa que luce su mamá en la fotografía.

Iveth Herrera alista el maíz para la preparación de los buñuelos.
Iveth Herrera alista el maíz para la preparación de los buñuelos.CHELO CAMACHO
Corte del maíz viche para la preparación.
Corte del maíz viche para la preparación.CHELO CAMACHO
Buñuelos preparados por Iveth.
Buñuelos preparados por Iveth.CHELO CAMACHO

Dos horas al sur por carretera, el sol tiñe el cielo de naranja en el puerto de Suan, un pequeño municipio que irradia la esencia del Caribe, a orillas del río Magdalena. Pobladores que viven del otro lado del lecho, en el departamento del mismo nombre, cruzan en embarcaciones de madera a visitar a familiares o a vender pescado fresco. El puerto enmarca postales de un pueblo en el que la cocina tradicional ha sido el sustento de familias enteras.

Por más de 50 años, Ana Palmera de Brochero madrugó a sazonar los alimentos que vendía en su restaurante, cerca del puerto. Viajeros, lancheros y conductores de los buses saboreaban su carne en bistec o su arroz de coco desde antes de llegar. “Empecé con mi hermana y le puse tanto empeño a la cocina que le cogí amor. Todo se lo debo a ella”, dice a sus 76 años, en la placidez de una mecedora. En sus platos no solo había deleite, sino cariño. “Ana terminó convirtiéndose en la abuela de sus comensales”, cuenta su nieta Liceth Fonseca, que representa a la tercera generación de matronas de su familia.

De niña aprendió a relajar la carne, a tajarla en finos cortes. A sus 35 años, vende chicharrones y platos típicos en su propio negocio. Su mamá, que murió, también había heredado saberes de la cocina, así como sus tíos. Uno de ellos conserva el restaurante de Ana. Otras mujeres siguieron el legado de sus madres o abuelas, que cocinaban entre el humo sofocante de la leña, y también han sacado adelante a hijos y nietos, algunas hombro a hombro con sus maridos. Con la venta de cocadas, Mary, de 77 años, apoyó al primer nieto, profesional en música. Egla, de 71 años, vende empanadas y carimañolas por 1.000 pesos (25 centavos de dólar), una cifra mínima frente a su esfuerzo: moler, amasar y fritar, día tras día. Formó a tres hijos y le satisface aportar para el transporte de sus nietos, que van a la universidad.

Todas ellas, además, sostienen el tejido comunitario. Carmen Guerrero vende pasteles a trabajadores en el puerto. “El que no puede comer en un restaurante, se acomoda con un pastelito [arroz con carne guisada, envueltos en hojas de plátano o bijao]. Me ayudan y yo los ayudo”, remarca con voz amable. Las mujeres han hecho de aquel lugar un rincón que invita al regreso. “El puerto huele a sopita, a mimo”, evoca la nieta de Ana Palmera.

Mary Luz sostiene una cocada elaborada por ella.
Mary Luz sostiene una cocada elaborada por ella.CHELO CAMACHO
Mary Luz en su casa en Suan.
Mary Luz en su casa en Suan.CHELO CAMACHO
Liceth Fonseca, en su restaurante, en Suan.
Liceth Fonseca, en su restaurante, en Suan.CHELO CAMACHO
Amanecer en el puerto de Suan.
Amanecer en el puerto de Suan.CHELO CAMACHO
Carmen Guerrero conversa con Liceth Fonseca, en su puesto de comida en el puerto.
Carmen Guerrero conversa con Liceth Fonseca, en su puesto de comida en el puerto.CHELO CAMACHO
Egla Pacheco amasa una preparación en su puesto de fritos.
Egla Pacheco amasa una preparación en su puesto de fritos.CHELO CAMACHO
Egla Pacheco frita sus productos, en Suan.
Egla Pacheco frita sus productos, en Suan.CHELO CAMACHO
Ana Palmera, abuela de Liceth Fonseca, en el patio de su casa.
Ana Palmera, abuela de Liceth Fonseca, en el patio de su casa.CHELO CAMACHO

A 80 kilómetros de allí, otro grupo de matronas lidera la Asociación de mujeres hacedoras de pastel de Pital de Megua, un poblado del municipio de Baranoa. En las hojas verdes del bijao sobresalen el amarillo del arroz, el naranja de la zanahoria, los varios tonos de la papa y los vegetales, el pollo y el cerdo. Lo que envuelven con pericia no es solo alimento, sino horas de trabajo. Antes han cargado el mercado, han picado las verduras y han adobado las carnes.

Su actitud alegre refleja los frutos de su consagración. Hasta hace algunos años sacaban los pasteles desde el corregimiento hasta la orilla de la carretera, donde los vendían en carpas. Ahora son propietarias de un vistoso paradero. “Soy matrona”, se lee en sus camisetas. Se turnan la atención del espacio para que todas puedan aumentar su producción. “La mayoría dependemos de los pasteles. En mi casa trabajamos mi esposo, mi nuera y mis hijos”, cuenta Eva Lazzo.

“No sentimos competencia, sino unión”, subraya Rocío Barrios, que rinde tributo a su madre con el nombre de su negocio: Niña Judy. Cada junio llega el festival del pastel y duermen pocas horas, preparando 1.000 o más por familia. Cocinan con las manos y el cuerpo entero en jornadas extenuantes. “Después de tremenda faena, nos metemos al baño, nos mojamos. Y hay estrés: que la gallina, que el adobo, que se fue la luz. Todo afecta”, reconoce Rosaura López, que padece Parkinson. Varias de ellas han sufrido problemas de salud. “Admiro mucho a estas mujeres. Son las que engrandecen el nombre de Pital de Megua”, dice el comerciante Yeimer Gómez.

Eva Lazzo y María Urieles preparan patacones, en Pital de Megua.
Eva Lazzo y María Urieles preparan patacones, en Pital de Megua.CHELO CAMACHO
Preparación del pastel pitalero.
Preparación del pastel pitalero.CHELO CAMACHO
Rocío Barrios sotiene un retrato de su mamá, la 'Niña Judy', en su casa en Pital de Megua.
Rocío Barrios sotiene un retrato de su mamá, la ‘Niña Judy’, en su casa en Pital de Megua.CHELO CAMACHO
Claudia Patiño recoge hojas de bijao para envolver los pasteles.
Claudia Patiño recoge hojas de bijao para envolver los pasteles.CHELO CAMACHO
Las matronas de Pital de Megua descansan bajo un árbol.
Las matronas de Pital de Megua descansan bajo un árbol.CHELO CAMACHO
Jennifer Marsiglia en la sede de Red Matronxs, en Barranquilla.
Jennifer Marsiglia en la sede de Red Matronxs, en Barranquilla.CHELO CAMACHO

Se cuidan entre ellas, alertando sobre la falta de descanso y cultivando una amistad que no concede culpas al goce. “Buscamos días diferentes, ir por un helado, comer pollo frito o tomar cocteles”, comparte Claudia Patiño, líder de la asociación. A María Urieles, la mayor, la acogieron cuando dejó de trabajar como empleada doméstica. “Llegué de capa caída. Ahora tengo las alas abiertas”, agradece.

Todas forman parte de la Red Matronxs, integrada por más de 150 cocineras tradicionales y una decena hombres en el departamento del Atlántico. Quien la ha impulsado es Jennifer Marsiglia, una psicóloga que creció en una familia de matronas y que reconectó con sus raíces cuando atendía a víctimas del conflicto armado en El Salado, en los Montes de María. Empezó organizando encuentros culinarios, directamente en las cocinas, entre mujeres y jóvenes para abrir diálogos que ayudaran a salvaguardar el patrimonio gastronómico.

Desde entonces, se ha empeñado en visibilizar el rol de las mujeres en sus familias. “Nuestras mujeres, no solo en Colombia, sino en América Latina, han vivido la invisibilización de un trabajo diario, comprometido, olvidado y poco agradecido: el de cuidar y estar frente a sus hogares. Todo el tiempo lo olvidamos, cuando nuestras mamás, abuelas, tías o madrinas, han estado cuidándonos la panza y el espíritu. La cocina ha sido un espacio desde el que las mujeres han hecho cosas muy poderosas”, defiende la fundadora de la Corporación Sabores y Saberes. En esa labor, la acompaña Reimaginemos, una iniciativa del Centro de Investigación Comunitaria Acción Pública, que advierte los desafíos sociales, culturales y económicos del cuidado no remunerado.

En la red, las matronas han encontrado oportunidades de formación e intercambio de experiencias, y han podido conocerse entre ellas, en el Atlántico y otros departamentos. Los ingredientes de Iveth, Liceth y muchas más ahora también están presentes en la cocina de María Eugenia Arrieta, una antropóloga que llegó de Venezuela junto a su esposo, con la única certeza de tener que reiniciar su vida en Colombia. Con la distancia que la separa de su familia atravesada en el pecho, rescató su identidad desde un lugar que le permite conectar el hogar de antes con el de ahora. “La cocina es parte de mí; pienso desde la cocina, creo desde la cocina, desde ahí cuido de nosotros y de los demás”, resalta.

Tequeño preparado por María Eugenia Arrieta.
Tequeño preparado por María Eugenia Arrieta.CHELO CAMACHO
Arrieta pone la mesa, en su casa en Barranquilla.
Arrieta pone la mesa, en su casa en Barranquilla.CHELO CAMACHO

Arrieta cubre su mesa con un mantel de cuadros que adorna con flores blancas en un apartamento del centro de Barranquilla. Sirve recetas de su país como si el alma hablara en cada una: el tequeyoyo, el corbullón de pescado, la tartaleta de maíz tierno, los esponjosos golfeados que prepara con productos locales. Los puestos de su comedor acogen nuevos afectos, como los que ha hallado con la red de matronas. “La cocina ha sido fundamental para dejar el desarraigo, para volver a ser personas que comen unidas alrededor de una mesa”, comenta. Su cocina tiene aires caribeños: “sabe a mango, a bollos, a mazorca. Sabe mucho a nostalgia, pero también a renacer”.

 EL PAÍS

FacebookX TwitterPinterestLinkedInTumblrRedditVKWhatsAppEmail
El concierto de Residente en el Zócalo de Ciudad de México, en imágenes
Chile avanza hacia un futuro urbano más verde, justo y resiliente
Leer también
Política

Colombia fulmina a Venezuela, que se queda sin Mundial por el triunfo de Bolivia (3-6)

10 de septiembre de 2025 14135
Política

El oficialismo y la oposición dan el primer paso en el Congreso para poner en marcha el plan de Sheinbaum contra la extorsión

10 de septiembre de 2025 5029
Política

Muere otro miembro de la Marina en un accidente en una práctica de tiro en Sonora

10 de septiembre de 2025 10396
Política

Petro carga contra el chavismo: “No se podrá defender Venezuela de la injusticia si la injusticia se ejerce desde el poder”

10 de septiembre de 2025 4579
Política

Así le contamos el partido entre Venezuela y Colombia por las eliminatorias al Mundial de 2026

10 de septiembre de 2025 1562
Política

El Ministerio de Hacienda suspende el concurso de notarios tras advertencias de la Procuraduría y las críticas del presidente

10 de septiembre de 2025 2115
Cargar más
La autora Merse León deslumbra con su primera novela “La casa de las amapolas rojas”.

La autora Merse León deslumbra con su primera novela “La casa de las amapolas rojas”.

24 de enero de 2025
Ana Maria Iacobescu presenta "El viaje de una mente perdida", una obra íntima sobre ansiedad y superación

Ana Maria Iacobescu presenta «El viaje de una mente perdida», una obra íntima sobre ansiedad y superación

5 de marzo de 2025

Robado material de entrenamiento de la selección mexicana de fútbol en California

4 de septiembre de 2025

Arrestada la líder del Cartel de Tláhuac y viuda del Ojos junto a su hija en Hidalgo

9 de septiembre de 2025

MARINA MINGUELA RUIZ CONQUISTA EL GÉNERO NEGRO CON SU NOVELA «PATER»

14 de marzo de 2025

El Banco de México celebra su centenario con el lanzamiento de una nueva moneda de 10 pesos y billetes conmemorativos

27 de agosto de 2025

«Domingo, Lunes, Martes y…», una historia de amor absoluto que conmueve a los lectores

13 de septiembre de 2024

Milei clama por el voto libertario en un cierre de campaña desangelado

4 de septiembre de 2025

El primer informe de Gobierno de Claudia Sheinbaum y la transición del Poder Judicial, en imágenes

1 de septiembre de 2025
Virginia García presentó su primera novela Besos de piedra en la parada de Letrame durante Sant Jordi 2025

Virginia García presentó su primera novela Besos de piedra en la parada de Letrame durante Sant Jordi 2025

25 de abril de 2025

    Noticias Cuscatlán

    © 2024, NoticiasCuscatlan. Todos los derechos reservados
    • Aviso Legal
    • Política de Cookies
    • Política de Privacidad