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  Política  Un nuevo ciclo de violencia
Política

Un nuevo ciclo de violencia

1 de septiembre de 2025
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Afirmar que la guerra solamente se recicla bajo las mismas dinámicas y patrones de violencia sería ser miope con la realidad territorial que vive el país. Son, al menos, ocho conflictos armados los que se están librando en el país, entre los mismos grupos armados -sean disidentes, guerrillas o paramilitares- y unos pocos de grupos contra el Estado. Todos con particularidades distintas y con acciones militares y políticas particulares de la región. El único factor común es que ya no luchan por la toma del poder.

Desde 1940 nuestro conflicto ha venido mutando al tiempo que sus combatientes se han ido especializando en el qué hacer de la guerra. Generación tras generación de guerrilleros, paramilitares y agentes de Estado han trasmitido su experticia a otros que las han aprendido y modificado con el uso de nuevas tecnologías y herramientas que han modificado el curso de la guerra con el saldo trágico de más de 10 millones de víctimas, según el Registro Único de Víctimas (RUV).

Académicos como el profesor Gutiérrez Sanín han expuesto que Colombia se acerca “peligrosamente” a un tercer ciclo de violencia – iniciado en 2016 posterior a la firma del Acuerdo de Paz de La Habana- donde hay un continuum de elementos ideológicos y políticos en los grupos armados pero ahora carentes de intelectuales, partidos políticos y representación en la sociedad. La mayoría de los grupos se han adjudicado ser “defensores” del territorio, libran guerras parciales con límites regionales, no nacionales y se han enfrascado en una disputa a muerte entre bandos amigos opuestos y, en casos particulares, con alianzas disímiles en lo político.

Tanto las dinámicas como los patrones de violencia también están mutando. Hay una guerra enquistada entre las mismas facciones armadas, basta tomar como ejemplo los combates a sangre y fuego entre las disidencias de las FARC-EP, antiguos compañeros por la toma del poder o la cruenta violencia entre las facciones del disidente ‘Iván Mordisco’ y el Ejército Gaitanista de Colombia (EGC) contra la guerrilla del ELN en el departamento del Chocó.

El uso de recursos tecnológicos como drones y la inteligencia artificial también marcan un hito dentro de este nuevo ciclo de violencia. La guerra también se está haciendo con objetos no tripulados que, a un bajo costo, ha aumentado las acciones militares y están conduciendo las nuevas dinámicas de confrontación. Los canales de Telegram y los videos que comparten los bandos enfrentados muestran el nivel de precisión con el que ahora delinquen. Objetos teledirigidos, cámaras de panorámicas con sensores de calor, entre otras.

La sociedad civil sigue siendo el blanco, líderes-lideresas sociales y ambientales, voceros campesinos e indígenas asesinados en sus territorios por oponerse a la violencia, 51 masacres registradas al cierre de esta columna, asesinatos selectivos y una centena de violaciones a los derechos humanos como el desplazamiento forzado, confinamiento y secuestros han sido el diario en las mismas regiones olvidadas y golpeadas por la guerra.

Honores a Michael Astaiza, víctima del ataque de las FARC a un helicóptero en Amalfi, Antioquia, el 25 de agosto.

A nivel mundial, el conflicto en Siria tiene cifras superiores a las de Colombia. Naciones Unidas ha registrado más de 13 millones desplazados a causa de la guerra y más de 350 mil muertos registrados. Sudan y Sudán del sur, cuya guerra estalló en la década del 50, tiene cifras superiores a Colombia en el número de muertos – cuatro millones- pero no en el total de víctimas. Lo mismo ocurre con las guerras del Congo, consideradas en la literatura como una de las más sangrientas después de la Segunda Guerra Mundial, con más de cinco millones de muertos, como registra la base de datos del Comité Internacional de la Cruz Roja.

Ninguna de las dictaduras del Cono Sur tuvo las cifras de violencia política, violaciones de derechos humanos e infracciones al DIH que ha tenido nuestro conflicto. Un hecho que debería cuestionar a quienes se jactan de vivir en la democracia más antigua del continente. Una democracia machada por las masacres, asesinatos de líderes sociales, magnicidios y genocidios contra partidos políticos de oposición. Una democracia representativa donde entre 2002 y 2022 se profirieron 88 sentencias condenatorias, proferidas por la Corte Suprema de Justicia, contra gobernadores, senadores y representantes a la cámara que fueron serviles al paramilitarismo

Sin duda alguna Colombia está inmersa en un nuevo ciclo de violencia que, a mi juicio, se gestó desde que coincidieron dinámicas de la guerra que anunciaban un nuevo tablero de ajedrez. Por un lado, ‘Gentil Duarte’ desde la X Conferencia de las FARC-EP en los Llanos del Yarí, en septiembre de 2016, daba un paso al costado y anunciaba la continuación de la guerra al mando del Frente 1 con cerca de 1.500 guerrilleros, ahora disidentes.

Segundo, la expansión anunciada desde 2018 del Ejército Gaitanista de Colombia, quienes en varias zonas del país habían acordado con las FARC treguas y límites territoriales, posterior a la firma, coparon los territorios y engrosaron filas. De 2018 a 2025 crecieron en su pie de fuerza en un 165%, de acuerdo con cifras de la Fundación Ideas para la Paz (FIP).

A este caldo de cultivo hirviendo, se sumó la fundación de la Segunda Marquetalia en 2019, en cabeza de Iván Márquez, Romaña, El Paisa y Jesús Santrich que pronto fracasaría en la consolidación de un nuevo proyecto insurgente nacional, que derivó en la muerte de sus principales comandantes y la creación de otras dos facciones guerrilleras, hoy en día enfrentadas en fuego cruzado entre excamaradas. Finalmente, el cierre de la mesa de diálogos con el ELN terminó de completar el nuevo ajedrez de la guerra, el grupo insurgente más longevo del mundo volvería a la guerra, esta vez como una guerrilla de resistencia.

Con las piezas sobre el tablero, este nuevo ciclo de violencia que todavía está en transición ya empieza a mostrar sus primeras luces, disputas muy diferenciadas en los territorios que van más más allá de una mera lucha por las rentas de las economías ilícitas; relaciones con los movimientos sociales, pequeños mineros, cocaleros con nuevos factores político organizativos y un aumento de las violencia organizada en las principales ciudades del país.

En Colombia hemos vivido una guerra de combatientes trásfugas y este nuevo ciclo de violencia lo confirma. Saberes heredados y nuevas tecnologías para el desarrollo del conflicto son parte de los factores subjetivos de la guerra que poco analizamos, pero son, entre otras, parte del motor fundamental que alimenta la violencia.

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Afirmar que la guerra solamente se recicla bajo las mismas dinámicas y patrones de violencia sería ser miope con la realidad territorial que vive el país. Son, al menos, ocho conflictos armados los que se están librando en el país, entre los mismos grupos armados -sean disidentes, guerrillas o paramilitares- y unos pocos de grupos contra el Estado. Todos con particularidades distintas y con acciones militares y políticas particulares de la región. El único factor común es que ya no luchan por la toma del poder.

Desde 1940 nuestro conflicto ha venido mutando al tiempo que sus combatientes se han ido especializando en el qué hacer de la guerra. Generación tras generación de guerrilleros, paramilitares y agentes de Estado han trasmitido su experticia a otros que las han aprendido y modificado con el uso de nuevas tecnologías y herramientas que han modificado el curso de la guerra con el saldo trágico de más de 10 millones de víctimas, según el Registro Único de Víctimas (RUV).

Académicos como el profesor Gutiérrez Sanín han expuesto que Colombia se acerca “peligrosamente” a un tercer ciclo de violencia – iniciado en 2016 posterior a la firma del Acuerdo de Paz de La Habana- donde hay un continuum de elementos ideológicos y políticos en los grupos armados pero ahora carentes de intelectuales, partidos políticos y representación en la sociedad. La mayoría de los grupos se han adjudicado ser “defensores” del territorio, libran guerras parciales con límites regionales, no nacionales y se han enfrascado en una disputa a muerte entre bandos amigos opuestos y, en casos particulares, con alianzas disímiles en lo político.

Tanto las dinámicas como los patrones de violencia también están mutando. Hay una guerra enquistada entre las mismas facciones armadas, basta tomar como ejemplo los combates a sangre y fuego entre las disidencias de las FARC-EP, antiguos compañeros por la toma del poder o la cruenta violencia entre las facciones del disidente ‘Iván Mordisco’ y el Ejército Gaitanista de Colombia (EGC) contra la guerrilla del ELN en el departamento del Chocó.

El uso de recursos tecnológicos como drones y la inteligencia artificial también marcan un hito dentro de este nuevo ciclo de violencia. La guerra también se está haciendo con objetos no tripulados que, a un bajo costo, ha aumentado las acciones militares y están conduciendo las nuevas dinámicas de confrontación. Los canales de Telegram y los videos que comparten los bandos enfrentados muestran el nivel de precisión con el que ahora delinquen. Objetos teledirigidos, cámaras de panorámicas con sensores de calor, entre otras.

La sociedad civil sigue siendo el blanco, líderes-lideresas sociales y ambientales, voceros campesinos e indígenas asesinados en sus territorios por oponerse a la violencia, 51 masacres registradas al cierre de esta columna, asesinatos selectivos y una centena de violaciones a los derechos humanos como el desplazamiento forzado, confinamiento y secuestros han sido el diario en las mismas regiones olvidadas y golpeadas por la guerra.

Honores a Michael Astaiza, víctima del ataque de las FARC a un helicóptero en Amalfi, Antioquia, el 25 de agosto.
Honores a Michael Astaiza, víctima del ataque de las FARC a un helicóptero en Amalfi, Antioquia, el 25 de agosto.Ernesto Guzmán (EFE)

A nivel mundial, el conflicto en Siria tiene cifras superiores a las de Colombia. Naciones Unidas ha registrado más de 13 millones desplazados a causa de la guerra y más de 350 mil muertos registrados. Sudan y Sudán del sur, cuya guerra estalló en la década del 50, tiene cifras superiores a Colombia en el número de muertos – cuatro millones- pero no en el total de víctimas. Lo mismo ocurre con las guerras del Congo, consideradas en la literatura como una de las más sangrientas después de la Segunda Guerra Mundial, con más de cinco millones de muertos, como registra la base de datos del Comité Internacional de la Cruz Roja.

Ninguna de las dictaduras del Cono Sur tuvo las cifras de violencia política, violaciones de derechos humanos e infracciones al DIH que ha tenido nuestro conflicto. Un hecho que debería cuestionar a quienes se jactan de vivir en la democracia más antigua del continente. Una democracia machada por las masacres, asesinatos de líderes sociales, magnicidios y genocidios contra partidos políticos de oposición. Una democracia representativa donde entre 2002 y 2022 se profirieron 88 sentencias condenatorias, proferidas por la Corte Suprema de Justicia, contra gobernadores, senadores y representantes a la cámara que fueron serviles al paramilitarismo

Sin duda alguna Colombia está inmersa en un nuevo ciclo de violencia que, a mi juicio, se gestó desde que coincidieron dinámicas de la guerra que anunciaban un nuevo tablero de ajedrez. Por un lado, ‘Gentil Duarte’ desde la X Conferencia de las FARC-EP en los Llanos del Yarí, en septiembre de 2016, daba un paso al costado y anunciaba la continuación de la guerra al mando del Frente 1 con cerca de 1.500 guerrilleros, ahora disidentes.

Segundo, la expansión anunciada desde 2018 del Ejército Gaitanista de Colombia, quienes en varias zonas del país habían acordado con las FARC treguas y límites territoriales, posterior a la firma, coparon los territorios y engrosaron filas. De 2018 a 2025 crecieron en su pie de fuerza en un 165%, de acuerdo con cifras de la Fundación Ideas para la Paz (FIP).

A este caldo de cultivo hirviendo, se sumó la fundación de la Segunda Marquetalia en 2019, en cabeza de Iván Márquez, Romaña, El Paisa y Jesús Santrich que pronto fracasaría en la consolidación de un nuevo proyecto insurgente nacional, que derivó en la muerte de sus principales comandantes y la creación de otras dos facciones guerrilleras, hoy en día enfrentadas en fuego cruzado entre excamaradas. Finalmente, el cierre de la mesa de diálogos con el ELN terminó de completar el nuevo ajedrez de la guerra, el grupo insurgente más longevo del mundo volvería a la guerra, esta vez como una guerrilla de resistencia.

Con las piezas sobre el tablero, este nuevo ciclo de violencia que todavía está en transición ya empieza a mostrar sus primeras luces, disputas muy diferenciadas en los territorios que van más más allá de una mera lucha por las rentas de las economías ilícitas; relaciones con los movimientos sociales, pequeños mineros, cocaleros con nuevos factores político organizativos y un aumento de las violencia organizada en las principales ciudades del país.

En Colombia hemos vivido una guerra de combatientes trásfugas y este nuevo ciclo de violencia lo confirma. Saberes heredados y nuevas tecnologías para el desarrollo del conflicto son parte de los factores subjetivos de la guerra que poco analizamos, pero son, entre otras, parte del motor fundamental que alimenta la violencia.

@A_CelisR

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