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  Política  Libertad entre cuatro paredes
Política

Libertad entre cuatro paredes

31 de agosto de 2025
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En A la sombra, Manuel Vicuña vuelve sobre algunos temas habituales en sus piezas de no ficción: las figuras de los escritores, las dinámicas de la creación, el poder de la palabra para iluminar las opacidades de la realidad. En esta ocasión, el académico de la Universidad Diego Portales explora las vivencias de aquellos artistas que pasaron temporadas tras las rejas, o de personajes que, encerrados por las razones más diversas, encontraron en la escritura un consuelo durante su involuntaria clausura. Con su erudición característica que encauza en una notable habilidad narrativa, en esta nueva entrega Vicuña cultiva los mejores rasgos del género ensayístico: los ocho textos aquí reunidos son perfiles reflexivos, ágiles y refrescantes, que no agotan los temas abordados, sino que introducen, desde guiños y hechos particulares, a personajes y anécdotas que siguen resonando luego de la lectura.

Cuando escritura y cárcel se entrecruzan, significa que existen tensiones relevantes entre la expresión de ciertas ideas y la autoridad del Estado. El elenco de personajes que deambulan por A la sombra muestra cuán incómodos pueden ser los intelectuales y escritores cuando apuntan a los problemas de un orden social. El libro abre con un espléndido capítulo sobre Dostoievski, quien, luego de estar a punto de ser fusilado, es condenado a varios años de trabajos forzados en Siberia. Ese territorio inhóspito más allá de los Urales era el destino adonde el zarismo –y luego el orden soviético– recluía a delincuentes comunes y disidentes políticos. Como ilustra ese gran autor ruso del siglo XIX, ante un régimen poco dado a las libertades intelectuales y extremadamente sensible a las críticas que pudieran desembocar en rebelión, no era necesario ejecutar grandes crímenes para ser condenado al duro ostracismo siberiano. Bastaba, como le pasó a Dostoievski, ser parte de una camarilla de ínfulas revolucionarias y crítica a los Romanov para sufrir castigos ejemplares; para ser excluido de la vida social y política; para arriesgar la vida, a fin de cuentas, en un campo de trabajos forzados. Allí, sin embargo, el escritor encuentra una redención muy particular, de tinte evangélico, que le hace terminar agradeciendo su experiencia carcelaria.

Más allá del caso del autor de Crimen y castigo, la constante que explora Vicuña está dada por las posibilidades que, a pesar de las malas condiciones de sus encierros (aunque algunos, de origen noble o acomodado, gozarán de ciertos privilegios), encuentran estos personajes en la escritura. Dostoievski, Oscar Wilde, Angela Davis, el príncipe Kropotkin o Rosa Luxemburgo resisten a las amenazas de la locura y el tedio, ejercitan la mente y transforman el presidio en una oportunidad ascética para buscar la verdad, la belleza o la libertad intelectual. Ni las duras condiciones de la estepa rusa, las cárceles inglesas o los encierros en países foráneos son impedimento para que estos autores traspasen la vigilancia de los guardias, aúnen las voluntades de administradores y logren desarrollar, aunque siempre con dificultades, un trabajo de reflexión y creación en condiciones adversas. Como dice el autor en el prólogo del volumen, estos retratos muestran que “los calabozos y las celdas son espacios donde el pensamiento puede ganar intensidad, ganar nuevos cauces, hacer de la escritura una actividad que aporta vida cuando todo apunta en la dirección contraria”.

No solo en el trabajo intelectual, sino también en Cristo o en la revolución –aunque pareciera que más en esta última– los personajes de este libro encuentran un móvil y un motivo para resistir. Son sobre todo causas de izquierda, críticas al orden establecido, las que los llevan a la cárcel; son esas causas, también, las que los entusiasman a trabajar incansablemente en sus textos y la articulación de una militancia que está fuera del presidio. La esperanza en la revolución (anarquista, proletaria o comunista, según el caso) mueve a Gramsci aislarse de sus compañeros de presidio para poder trabajar 16 horas al día, motiva a Rosa Luxemburgo a pasar las noches en vela escribiendo panfletos y al príncipe Kropotkin a detallar sus teorías anarquistas. Las condiciones adversas y la contemplación de los marginados que allí recalan son un aliciente para preocuparse de lo esencial, aunque también, como en el caso de Angela Davis, para criticar duramente lo idiotizados que están sus compañeros de presidio, dedicados a ver televisión o leer novelas desechables.

Aunque sea, en muchos sentidos, una terrible condena, la cárcel es para personajes como Wilde, Dostoievski o Luxemburgo un rito iniciático, un paso transformador y epifánico que abre sus capacidades de comprender el mundo que los rodea. “Wilde descubre que el sufrimiento es una bendición. Te arrebata todo para dejar a la vista lo que te pertenece de verdad. (…) Wilde escribe como un renacido”. En estos espacios también ronda, por otro lado, el fantasma de la locura. Dostoievski describe como poseídos a aquellos que, de manera sorpresiva para sus familiares y amigos, han cometido asesinatos; a Rosa Luxemburgo la hacen estar acompañada por personajes desquiciados que deambulan por el presidio, y que pareciera que no tienen otro lugar al que ir. Estos y otros ejemplos muestran que la escritura, además, se convierte en una tabla de salvación, uno de los pocos modos de mantenerse cuerdos cuando todo invita a lo contrario.

No solo hay personajes extranjeros en este volumen, sino también un cameo a la realidad carcelaria chilena. Circulan personajes como Pancho Falcato, Patricio Egaña o Carlos Patricio Krempell, personajes del hampa nacional. Para todos ellos, la escritura ha sido no solo un vehículo para expresar una realidad dura, sino también un modo de sobrevivir: “‘En la cana no se habla de la cana’, me soplan que dice un refrán presidiario. Pero sí se escribe sobre ella, sobre el abandono, la abulia, la humillación, el resentimiento, la promiscuidad, los allanamientos, las violaciones y el sexo oral, en una prosa y unos versos más cercanos al lenguaje sobrio del común de los mortales que al desplante del coa que distingue a los delincuentes”.

Las cárceles móviles de los primeros años de la República en Chile; los locos y las prostitutas que rondan a los encarcelados por razones políticas; un periodista chileno infiltrado en la cárcel, dispuesto a denunciar los atropellos y abusos de gendarmes; idealistas que justifican la violencia y otros que renuncian por completo a ella; el resentimiento de los activistas negros por las madres de su raza, responsables en su opinión de la transmisión de la pasividad histórica ante la injusticia. Estos y otros temas circulan por A la sombra, mostrando el talento del autor para dibujar perfiles biográficos y, a partir de ellos, reflexionar sobre la libertad intelectual, la crítica al orden social, la injusticia y otros temas de enorme calado. Después de varios volúmenes de ensayos publicados en Hueders, Manuel Vicuña migra al prestigioso sello Seix Barral para volver a establecer un diálogo erudito y refrescante con sus lectores, quienes encontrarán acá una nueva versión de lo mejor del ensayismo literario nacional.

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 El elenco de personajes que deambulan por ‘A la sombra’ muestra cuán incómodos pueden ser los intelectuales y escritores cuando apuntan a los problemas de un orden social  

En A la sombra, Manuel Vicuña vuelve sobre algunos temas habituales en sus piezas de no ficción: las figuras de los escritores, las dinámicas de la creación, el poder de la palabra para iluminar las opacidades de la realidad. En esta ocasión, el académico de la Universidad Diego Portales explora las vivencias de aquellos artistas que pasaron temporadas tras las rejas, o de personajes que, encerrados por las razones más diversas, encontraron en la escritura un consuelo durante su involuntaria clausura. Con su erudición característica que encauza en una notable habilidad narrativa, en esta nueva entrega Vicuña cultiva los mejores rasgos del género ensayístico: los ocho textos aquí reunidos son perfiles reflexivos, ágiles y refrescantes, que no agotan los temas abordados, sino que introducen, desde guiños y hechos particulares, a personajes y anécdotas que siguen resonando luego de la lectura.

Cuando escritura y cárcel se entrecruzan, significa que existen tensiones relevantes entre la expresión de ciertas ideas y la autoridad del Estado. El elenco de personajes que deambulan por A la sombra muestra cuán incómodos pueden ser los intelectuales y escritores cuando apuntan a los problemas de un orden social. El libro abre con un espléndido capítulo sobre Dostoievski, quien, luego de estar a punto de ser fusilado, es condenado a varios años de trabajos forzados en Siberia. Ese territorio inhóspito más allá de los Urales era el destino adonde el zarismo –y luego el orden soviético– recluía a delincuentes comunes y disidentes políticos. Como ilustra ese gran autor ruso del siglo XIX, ante un régimen poco dado a las libertades intelectuales y extremadamente sensible a las críticas que pudieran desembocar en rebelión, no era necesario ejecutar grandes crímenes para ser condenado al duro ostracismo siberiano. Bastaba, como le pasó a Dostoievski, ser parte de una camarilla de ínfulas revolucionarias y crítica a los Romanov para sufrir castigos ejemplares; para ser excluido de la vida social y política; para arriesgar la vida, a fin de cuentas, en un campo de trabajos forzados. Allí, sin embargo, el escritor encuentra una redención muy particular, de tinte evangélico, que le hace terminar agradeciendo su experiencia carcelaria.

Más allá del caso del autor de Crimen y castigo, la constante que explora Vicuña está dada por las posibilidades que, a pesar de las malas condiciones de sus encierros (aunque algunos, de origen noble o acomodado, gozarán de ciertos privilegios), encuentran estos personajes en la escritura. Dostoievski, Oscar Wilde, Angela Davis, el príncipe Kropotkin o Rosa Luxemburgo resisten a las amenazas de la locura y el tedio, ejercitan la mente y transforman el presidio en una oportunidad ascética para buscar la verdad, la belleza o la libertad intelectual. Ni las duras condiciones de la estepa rusa, las cárceles inglesas o los encierros en países foráneos son impedimento para que estos autores traspasen la vigilancia de los guardias, aúnen las voluntades de administradores y logren desarrollar, aunque siempre con dificultades, un trabajo de reflexión y creación en condiciones adversas. Como dice el autor en el prólogo del volumen, estos retratos muestran que “los calabozos y las celdas son espacios donde el pensamiento puede ganar intensidad, ganar nuevos cauces, hacer de la escritura una actividad que aporta vida cuando todo apunta en la dirección contraria”.

No solo en el trabajo intelectual, sino también en Cristo o en la revolución –aunque pareciera que más en esta última– los personajes de este libro encuentran un móvil y un motivo para resistir. Son sobre todo causas de izquierda, críticas al orden establecido, las que los llevan a la cárcel; son esas causas, también, las que los entusiasman a trabajar incansablemente en sus textos y la articulación de una militancia que está fuera del presidio. La esperanza en la revolución (anarquista, proletaria o comunista, según el caso) mueve a Gramsci aislarse de sus compañeros de presidio para poder trabajar 16 horas al día, motiva a Rosa Luxemburgo a pasar las noches en vela escribiendo panfletos y al príncipe Kropotkin a detallar sus teorías anarquistas. Las condiciones adversas y la contemplación de los marginados que allí recalan son un aliciente para preocuparse de lo esencial, aunque también, como en el caso de Angela Davis, para criticar duramente lo idiotizados que están sus compañeros de presidio, dedicados a ver televisión o leer novelas desechables.

Aunque sea, en muchos sentidos, una terrible condena, la cárcel es para personajes como Wilde, Dostoievski o Luxemburgo un rito iniciático, un paso transformador y epifánico que abre sus capacidades de comprender el mundo que los rodea. “Wilde descubre que el sufrimiento es una bendición. Te arrebata todo para dejar a la vista lo que te pertenece de verdad. (…) Wilde escribe como un renacido”. En estos espacios también ronda, por otro lado, el fantasma de la locura. Dostoievski describe como poseídos a aquellos que, de manera sorpresiva para sus familiares y amigos, han cometido asesinatos; a Rosa Luxemburgo la hacen estar acompañada por personajes desquiciados que deambulan por el presidio, y que pareciera que no tienen otro lugar al que ir. Estos y otros ejemplos muestran que la escritura, además, se convierte en una tabla de salvación, uno de los pocos modos de mantenerse cuerdos cuando todo invita a lo contrario.

No solo hay personajes extranjeros en este volumen, sino también un cameo a la realidad carcelaria chilena. Circulan personajes como Pancho Falcato, Patricio Egaña o Carlos Patricio Krempell, personajes del hampa nacional. Para todos ellos, la escritura ha sido no solo un vehículo para expresar una realidad dura, sino también un modo de sobrevivir: “‘En la cana no se habla de la cana’, me soplan que dice un refrán presidiario. Pero sí se escribe sobre ella, sobre el abandono, la abulia, la humillación, el resentimiento, la promiscuidad, los allanamientos, las violaciones y el sexo oral, en una prosa y unos versos más cercanos al lenguaje sobrio del común de los mortales que al desplante del coa que distingue a los delincuentes”.

Las cárceles móviles de los primeros años de la República en Chile; los locos y las prostitutas que rondan a los encarcelados por razones políticas; un periodista chileno infiltrado en la cárcel, dispuesto a denunciar los atropellos y abusos de gendarmes; idealistas que justifican la violencia y otros que renuncian por completo a ella; el resentimiento de los activistas negros por las madres de su raza, responsables en su opinión de la transmisión de la pasividad histórica ante la injusticia. Estos y otros temas circulan por A la sombra, mostrando el talento del autor para dibujar perfiles biográficos y, a partir de ellos, reflexionar sobre la libertad intelectual, la crítica al orden social, la injusticia y otros temas de enorme calado. Después de varios volúmenes de ensayos publicados en Hueders, Manuel Vicuña migra al prestigioso sello Seix Barral para volver a establecer un diálogo erudito y refrescante con sus lectores, quienes encontrarán acá una nueva versión de lo mejor del ensayismo literario nacional.

Joaquín Castillo es doctor en literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es profesor asistente del Instituto de Literatura de la Universidad de los Andes (Chile) y editor de la revista ‘Punto y coma’, del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).

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