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  Política  Así Petro refrendó el juramento del cerro de Juaica
Política

Así Petro refrendó el juramento del cerro de Juaica

25 de agosto de 2025
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En 1975, Jairo, Gustavo, Germán y Gonzalo fundaron el grupo JG3, una sigla que cumplió medio siglo como símbolo de rebeldía, fraternidad y revolución. Entonces solo eran cuatro estudiantes contestatarios, soñadores y sobresalientes del colegio público La Salle, de Zipaquirá, el mismo donde estudió el Nobel Gabriel García Márquez, cuando se llamaba Liceo Nacional de Varones. Hoy Gustavo es el presidente de Colombia, Germán es su ministro de Hacienda, Jairo es un oficial de la Policía en uso de buen retiro, y Gonzalo, un artista solitario.

Los números, la filosofía y la política marcaron sus vidas. Inspirados en la biografía del Libertador Simón Bolívar, su héroe, y su juramento en el Monte Sacro, esos cuatro jóvenes decidieron, hace 49 años, jurar que algún día uno de ellos sería presidente de Colombia. Cumplieron. Antes, tres de ellos terminaron en las filas del M-19, el grupo guerrillero fundado en 1974 y que denunciaba el robo de las elecciones presidenciales de 1970 al general en retiro Gustavo Rojas Pinilla.

Estos cuatro “viejos” se reencontraron el pasado sábado 23 de agosto a las 11 de la mañana, en el mismo sitio donde hicieron el juramento: el cerro de Juaica, una reserva ambiental ubicada entre los municipios de Tabio y Tenjo, cerca a Bogotá y con cientos de historias milenarias, cuya cúspide está ubicada a 3.200 metros sobre el nivel del mar, 300 metros más que el cerro de Monserrate.

Cuando llegó Gustavo, el presidente, soltó una frase que resume su lucha: “Desde chiquito se los dije”. Todos rieron. Luego subieron la empinada loma, tapizada de flores amarillas y espigas doradas, en una complicidad del alma, dando cada paso con el corazón lleno de recuerdos, y se sentaron en una piedra gigante, en la que algún caminante había hecho un arrume de piedras. Allí dejaron escapar sus recuerdos, sus nostalgias, sus sueños, sus alegrías.

El presdiente Gustavo Petro en el Cerro Juaica

En ese lugar majestuoso, en 1976, acamparon bajo un frío glaciar y amaneceres que sacuden el alma. Durante tres días y dos noches, Gustavo, Germán, Jairo y Gonzalo compartieron sus vidas, hablaron de poesía, repasaron la historia de Colombia, debatieron sobre economía, filosofía, historia, política, y sobre todo, hablaron de sus amores, sus conquistas personales, discutir el presente y decidir su futuro.

Tuvieron tiempo de sobra para mirar más allá de las montañas, los valles y los desiertos, e imaginar un futuro de lucha, incluso con las armas, por la justicia social y el bienestar de los pueblos. A todos los había marcado la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck, obra cumbre de la literatura del siglo XX, que cuenta el drama de la emigración, el hambre y la miseria.

En esos tres días tomaron varias decisiones en colectivo: Gustavo y Germán irían a la universidad a prepararse. Jairo, evocando el Libro rojo de Mao Tse Tung, que pregonaba “para acceder a los cachorros hay que meterse a la cueva”, decidió ingresar a la Policía Nacional. Y Gonzalo, quizás el más anarquista, se fue a Europa, de donde regresó para aislarse por un buen tiempo de sus compañeros.

Gustavo y Germán visitaban periódicamente a Jairo en la Escuela de la Policía para llevarle, escondidos entre la ropa, varios ejemplares del periódico El bolillazo, que juntos crearon y estaba dirigido a los uniformados. Era una chapola escrita en un lenguaje propio de esa institución, con la que pretendían “hacer consciencia” en los jóvenes suboficiales y oficiales para que ayudaran a liberar a Colombia “del imperialismo norteamericano y los políticos corruptos”. Jairo pudo ingresar a esa institución con la ayuda de un tío que llegó a ser mayor, y fue edecán del presidente liberal Carlos Lleras Restrepo.

El reencuentro, este sábado de nostalgias, fue una emotiva cita con la historia compartida. Los cuatro se fundieron en un largo y profundo abrazo colectivo. Gonzalo, pintor de profesión, con su melena blanca y sus ojos verdes, era el más feliz. Gustavo estampó un beso en la mejilla y un abrazo de hermano de cada uno de sus amigos del alma, los compañeros del juramento de Juaica. En la mañana de sol sabanero la emoción quedó reflejada en las carcajadas, un tanto nerviosas, y los monosílabos que se escapaban de la boca de Gustavo. Jairo y Germán parecían más parcos, pero sencillamente la emoción los bloqueó al inicio las palabras, que unos minutos más tarde saldrían a borbotones de sus corazones ansiosos de sumar recuerdos y regresar a la memoria amigos de la época.

Gustavo Petro y sus amigos de infancia en el cerro Juaico

Minutos antes, Germán había recordado porqué crearon el grupo JG3 -por la unión de las iniciales de ellos- La sigla inocente molestó a los curas lasallistas en esos años en que comenzaron a formarse políticamente, leyendo de economía, pensamiento crítico e historia política, y a formar una identidad en el ámbito revolucionario. Cada uno tenía su propia relación con las luchas de la izquierda. Germán, recuerda, tenía un hermano mayor que había participado en las luchas estudiantiles; varios familiares de Jairo estaban vinculados con movimientos de izquierda, que los ayudaban en sus esfuerzos de formación. “El JG3 estaba dedicado a estudiar y a profundizar en teoría política, en economía política, en filosofía. Nos estimuló un poco también el profesor de filosofía”, recordó Germán.

En esos años de ímpetu combativo en Colombia y América Latina, en Zipaquirá, a pocos kilómetros de Bogotá, los cuatro jóvenes eran asediados por los reclutadores de los partidos de izquierda y movimientos guerrilleros. Les coqueteaban especialmente los elenos, pero también los militantes del Partido Comunista, el MOIR, y los marxista-leninistas del PC-ML. Como peces deseados por muchas redes, finalmente picaron ilusionados el anzuelo del M-19. “Nos sedujo su pensamiento nacionalista, que nos libraba del debate ideológico internacionalista de las demás organizaciones pro soviéticas, pro chinas y pro albanesas”, indicó Germán.

El profesor de filosofía, Salvador Medina, fue su protector en las duras batallas contra la disciplina lasallista. Allí, recordaron en medio de risas este sábado, su primera operación fue la recuperación del mosaico de graduados con la foto de García Márquez, que estaba relegado y abandonado en cualquier bodega. “Decidimos hacer un pequeño operativo de recuperación, de reivindicación, sobre todo para que no se perdiera la foto”, rememoró Germán.

Este sábado, en Juaica y durante más de una hora, ante ese pequeño grupo de hermanos de vida, Petro no fue el presidente, sino el compañero de colegio, el revolucionario que se reunió con sus amigos. Desde la distancia se veían felices. No era el mismo Gustavo que con lápiz en mano le habla al país de economía, orden público y política, confronta a sus ministros, y se enfrenta a las crisis permanentes de un país asediado por el conflicto y las conspiraciones. Ahí, sentado en la montaña, era un hombre libre de la tormenta política que lo asedia. Reía a carcajadas, y abrazaba a los amigos con quienes recordaba sus travesuras de infancia en el colegio de curas.

Cuando se levantaron, sus caras irradiaban la alegría de unos amigos que habían renovado su juramento de servicio a Colombia. Subieron unos cien metros más hacia la selva tupida, se metieron debajo de los inmensos árboles y durante unos minutos conversaron en privado. ¿De qué hablaron?, solo ellos lo saben. Algún día contarán ese secreto. Al bajar, parecían repetir los pasos de hace 49 años y caminar hacia el futuro con un mandato irrenunciable: transformar a Colombia, y permanecer unidos, como hermanos, como revolucionarios, como hijos de Bolívar.

Al despedirse, Gustavo los abrazó con los ojos encharcados de alegría. Sin pensarlo un segundo, les dijo en broma: “¡Hermanos, en 49 años nos vemos aquí!”. Y se subió a su camioneta blindada, con su séquito de escoltas y la coraza de su cargo, y ya no fue más Gustavo sino el señor presidente, el que tenía en su mente visitar, en el Hospital de la Policía, a los uniformados heridos, víctimas del terrorismo en Amalfi, Antioquia. De esa manera, volvió a la realidad de su mandato.

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El presidente recordó que los jóvenes del JG3 querían “hacer una revolución con los obreros y campesinos del lugar”. Tres años después de asumir el poder como Jefe de Estado, esa revolución tiene el sello de la reforma agraria, que cambia la vida de los campesinos, y la lucha por la justicia social y la generación de esperanza. Su mayor alegría, ese sábado en el cerro de Juaica, fue reencontrarse con sus amigos del alma. “Volvimos 49 años después, y aún estamos todos vivos, sobrevivientes y resistiendo, compañeros”.

Uno de sus escoltas, que militó en el Eme y le ayudaba a subir al vehículo que lo llevaría hasta el hospital de la Policía, se volteó ante sus excompañeros y les susurró: “¡Palabra que sí¡” Fue una mañana de magia en esa montaña tan inamovible como el pacto de los cuatro de Juaica, los revolucionarios combativos del JG3, la célula juvenil que se multiplicó en el Colegio La Salle de Zipaquirá, donde el mosaico del Nobel dejó de vivir en el sótano gracias a su operativo relámpago.

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 En 1975, Jairo, Gustavo, Germán y Gonzalo fundaron el grupo JG3, una sigla que cumplió medio siglo como símbolo de rebeldía, fraternidad y revolución. Entonces solo eran cuatro estudiantes contestatarios, soñadores y sobresalientes del colegio público La Salle, de Zipaquirá, el mismo donde estudió el Nobel Gabriel García Márquez, cuando se llamaba Liceo Nacional de Varones. Hoy Gustavo es el presidente de Colombia, Germán es su ministro de Hacienda, Jairo es un oficial de la Policía en uso de buen retiro, y Gonzalo, un artista solitario. Los números, la filosofía y la política marcaron sus vidas. Inspirados en la biografía del Libertador Simón Bolívar, su héroe, y su juramento en el Monte Sacro, esos cuatro jóvenes decidieron, hace 49 años, jurar que algún día uno de ellos sería presidente de Colombia. Cumplieron. Antes, tres de ellos terminaron en las filas del M-19, el grupo guerrillero fundado en 1974 y que denunciaba el robo de las elecciones presidenciales de 1970 al general en retiro Gustavo Rojas Pinilla. Estos cuatro “viejos” se reencontraron el pasado sábado 23 de agosto a las 11 de la mañana, en el mismo sitio donde hicieron el juramento: el cerro de Juaica, una reserva ambiental ubicada entre los municipios de Tabio y Tenjo, cerca a Bogotá y con cientos de historias milenarias, cuya cúspide está ubicada a 3.200 metros sobre el nivel del mar, 300 metros más que el cerro de Monserrate. Cuando llegó Gustavo, el presidente, soltó una frase que resume su lucha: “Desde chiquito se los dije”. Todos rieron. Luego subieron la empinada loma, tapizada de flores amarillas y espigas doradas, en una complicidad del alma, dando cada paso con el corazón lleno de recuerdos, y se sentaron en una piedra gigante, en la que algún caminante había hecho un arrume de piedras. Allí dejaron escapar sus recuerdos, sus nostalgias, sus sueños, sus alegrías.En ese lugar majestuoso, en 1976, acamparon bajo un frío glaciar y amaneceres que sacuden el alma. Durante tres días y dos noches, Gustavo, Germán, Jairo y Gonzalo compartieron sus vidas, hablaron de poesía, repasaron la historia de Colombia, debatieron sobre economía, filosofía, historia, política, y sobre todo, hablaron de sus amores, sus conquistas personales, discutir el presente y decidir su futuro. Tuvieron tiempo de sobra para mirar más allá de las montañas, los valles y los desiertos, e imaginar un futuro de lucha, incluso con las armas, por la justicia social y el bienestar de los pueblos. A todos los había marcado la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck, obra cumbre de la literatura del siglo XX, que cuenta el drama de la emigración, el hambre y la miseria. En esos tres días tomaron varias decisiones en colectivo: Gustavo y Germán irían a la universidad a prepararse. Jairo, evocando el Libro rojo de Mao Tse Tung, que pregonaba “para acceder a los cachorros hay que meterse a la cueva”, decidió ingresar a la Policía Nacional. Y Gonzalo, quizás el más anarquista, se fue a Europa, de donde regresó para aislarse por un buen tiempo de sus compañeros. Gustavo y Germán visitaban periódicamente a Jairo en la Escuela de la Policía para llevarle, escondidos entre la ropa, varios ejemplares del periódico El bolillazo, que juntos crearon y estaba dirigido a los uniformados. Era una chapola escrita en un lenguaje propio de esa institución, con la que pretendían “hacer consciencia” en los jóvenes suboficiales y oficiales para que ayudaran a liberar a Colombia “del imperialismo norteamericano y los políticos corruptos”. Jairo pudo ingresar a esa institución con la ayuda de un tío que llegó a ser mayor, y fue edecán del presidente liberal Carlos Lleras Restrepo.El reencuentro, este sábado de nostalgias, fue una emotiva cita con la historia compartida. Los cuatro se fundieron en un largo y profundo abrazo colectivo. Gonzalo, pintor de profesión, con su melena blanca y sus ojos verdes, era el más feliz. Gustavo estampó un beso en la mejilla y un abrazo de hermano de cada uno de sus amigos del alma, los compañeros del juramento de Juaica. En la mañana de sol sabanero la emoción quedó reflejada en las carcajadas, un tanto nerviosas, y los monosílabos que se escapaban de la boca de Gustavo. Jairo y Germán parecían más parcos, pero sencillamente la emoción los bloqueó al inicio las palabras, que unos minutos más tarde saldrían a borbotones de sus corazones ansiosos de sumar recuerdos y regresar a la memoria amigos de la época. Minutos antes, Germán había recordado porqué crearon el grupo JG3 -por la unión de las iniciales de ellos- La sigla inocente molestó a los curas lasallistas en esos años en que comenzaron a formarse políticamente, leyendo de economía, pensamiento crítico e historia política, y a formar una identidad en el ámbito revolucionario. Cada uno tenía su propia relación con las luchas de la izquierda. Germán, recuerda, tenía un hermano mayor que había participado en las luchas estudiantiles; varios familiares de Jairo estaban vinculados con movimientos de izquierda, que los ayudaban en sus esfuerzos de formación. “El JG3 estaba dedicado a estudiar y a profundizar en teoría política, en economía política, en filosofía. Nos estimuló un poco también el profesor de filosofía”, recordó Germán. En esos años de ímpetu combativo en Colombia y América Latina, en Zipaquirá, a pocos kilómetros de Bogotá, los cuatro jóvenes eran asediados por los reclutadores de los partidos de izquierda y movimientos guerrilleros. Les coqueteaban especialmente los elenos, pero también los militantes del Partido Comunista, el MOIR, y los marxista-leninistas del PC-ML. Como peces deseados por muchas redes, finalmente picaron ilusionados el anzuelo del M-19. “Nos sedujo su pensamiento nacionalista, que nos libraba del debate ideológico internacionalista de las demás organizaciones pro soviéticas, pro chinas y pro albanesas”, indicó Germán. El profesor de filosofía, Salvador Medina, fue su protector en las duras batallas contra la disciplina lasallista. Allí, recordaron en medio de risas este sábado, su primera operación fue la recuperación del mosaico de graduados con la foto de García Márquez, que estaba relegado y abandonado en cualquier bodega. “Decidimos hacer un pequeño operativo de recuperación, de reivindicación, sobre todo para que no se perdiera la foto”, rememoró Germán.Este sábado, en Juaica y durante más de una hora, ante ese pequeño grupo de hermanos de vida, Petro no fue el presidente, sino el compañero de colegio, el revolucionario que se reunió con sus amigos. Desde la distancia se veían felices. No era el mismo Gustavo que con lápiz en mano le habla al país de economía, orden público y política, confronta a sus ministros, y se enfrenta a las crisis permanentes de un país asediado por el conflicto y las conspiraciones. Ahí, sentado en la montaña, era un hombre libre de la tormenta política que lo asedia. Reía a carcajadas, y abrazaba a los amigos con quienes recordaba sus travesuras de infancia en el colegio de curas. Cuando se levantaron, sus caras irradiaban la alegría de unos amigos que habían renovado su juramento de servicio a Colombia. Subieron unos cien metros más hacia la selva tupida, se metieron debajo de los inmensos árboles y durante unos minutos conversaron en privado. ¿De qué hablaron?, solo ellos lo saben. Algún día contarán ese secreto. Al bajar, parecían repetir los pasos de hace 49 años y caminar hacia el futuro con un mandato irrenunciable: transformar a Colombia, y permanecer unidos, como hermanos, como revolucionarios, como hijos de Bolívar.Al despedirse, Gustavo los abrazó con los ojos encharcados de alegría. Sin pensarlo un segundo, les dijo en broma: “¡Hermanos, en 49 años nos vemos aquí!”. Y se subió a su camioneta blindada, con su séquito de escoltas y la coraza de su cargo, y ya no fue más Gustavo sino el señor presidente, el que tenía en su mente visitar, en el Hospital de la Policía, a los uniformados heridos, víctimas del terrorismo en Amalfi, Antioquia. De esa manera, volvió a la realidad de su mandato. El presidente recordó que los jóvenes del JG3 querían “hacer una revolución con los obreros y campesinos del lugar”. Tres años después de asumir el poder como Jefe de Estado, esa revolución tiene el sello de la reforma agraria, que cambia la vida de los campesinos, y la lucha por la justicia social y la generación de esperanza. Su mayor alegría, ese sábado en el cerro de Juaica, fue reencontrarse con sus amigos del alma. “Volvimos 49 años después, y aún estamos todos vivos, sobrevivientes y resistiendo, compañeros”.Uno de sus escoltas, que militó en el Eme y le ayudaba a subir al vehículo que lo llevaría hasta el hospital de la Policía, se volteó ante sus excompañeros y les susurró: “¡Palabra que sí¡” Fue una mañana de magia en esa montaña tan inamovible como el pacto de los cuatro de Juaica, los revolucionarios combativos del JG3, la célula juvenil que se multiplicó en el Colegio La Salle de Zipaquirá, donde el mosaico del Nobel dejó de vivir en el sótano gracias a su operativo relámpago. Seguir leyendo  

En 1975, Jairo, Gustavo, Germán y Gonzalo fundaron el grupo JG3, una sigla que cumplió medio siglo como símbolo de rebeldía, fraternidad y revolución. Entonces solo eran cuatro estudiantes contestatarios, soñadores y sobresalientes del colegio público La Salle, de Zipaquirá, el mismo donde estudió el Nobel Gabriel García Márquez, cuando se llamaba Liceo Nacional de Varones. Hoy Gustavo es el presidente de Colombia, Germán es su ministro de Hacienda, Jairo es un oficial de la Policía en uso de buen retiro, y Gonzalo, un artista solitario.

Los números, la filosofía y la política marcaron sus vidas. Inspirados en la biografía del Libertador Simón Bolívar, su héroe, y su juramento en el Monte Sacro, esos cuatro jóvenes decidieron, hace 49 años, jurar que algún día uno de ellos sería presidente de Colombia. Cumplieron. Antes, tres de ellos terminaron en las filas del M-19, el grupo guerrillero fundado en 1974 y que denunciaba el robo de las elecciones presidenciales de 1970 al general en retiro Gustavo Rojas Pinilla.

Estos cuatro “viejos” se reencontraron el pasado sábado 23 de agosto a las 11 de la mañana, en el mismo sitio donde hicieron el juramento: el cerro de Juaica, una reserva ambiental ubicada entre los municipios de Tabio y Tenjo, cerca a Bogotá y con cientos de historias milenarias, cuya cúspide está ubicada a 3.200 metros sobre el nivel del mar, 300 metros más que el cerro de Monserrate.

Cuando llegó Gustavo, el presidente, soltó una frase que resume su lucha: “Desde chiquito se los dije”. Todos rieron. Luego subieron la empinada loma, tapizada de flores amarillas y espigas doradas, en una complicidad del alma, dando cada paso con el corazón lleno de recuerdos, y se sentaron en una piedra gigante, en la que algún caminante había hecho un arrume de piedras. Allí dejaron escapar sus recuerdos, sus nostalgias, sus sueños, sus alegrías.

El presdiente Gustavo Petro en el Cerro Juaica
El presdiente Gustavo Petro en el Cerro JuaicaJoel González (Joel González)

En ese lugar majestuoso, en 1976, acamparon bajo un frío glaciar y amaneceres que sacuden el alma. Durante tres días y dos noches, Gustavo, Germán, Jairo y Gonzalo compartieron sus vidas, hablaron de poesía, repasaron la historia de Colombia, debatieron sobre economía, filosofía, historia, política, y sobre todo, hablaron de sus amores, sus conquistas personales, discutir el presente y decidir su futuro.

Tuvieron tiempo de sobra para mirar más allá de las montañas, los valles y los desiertos, e imaginar un futuro de lucha, incluso con las armas, por la justicia social y el bienestar de los pueblos. A todos los había marcado la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck, obra cumbre de la literatura del siglo XX, que cuenta el drama de la emigración, el hambre y la miseria.

En esos tres días tomaron varias decisiones en colectivo: Gustavo y Germán irían a la universidad a prepararse. Jairo, evocando el Libro rojo de Mao Tse Tung, que pregonaba “para acceder a los cachorros hay que meterse a la cueva”, decidió ingresar a la Policía Nacional. Y Gonzalo, quizás el más anarquista, se fue a Europa, de donde regresó para aislarse por un buen tiempo de sus compañeros.

Gustavo y Germán visitaban periódicamente a Jairo en la Escuela de la Policía para llevarle, escondidos entre la ropa, varios ejemplares del periódico El bolillazo, que juntos crearon y estaba dirigido a los uniformados. Era una chapola escrita en un lenguaje propio de esa institución, con la que pretendían “hacer consciencia” en los jóvenes suboficiales y oficiales para que ayudaran a liberar a Colombia “del imperialismo norteamericano y los políticos corruptos”. Jairo pudo ingresar a esa institución con la ayuda de un tío que llegó a ser mayor, y fue edecán del presidente liberal Carlos Lleras Restrepo.

El reencuentro, este sábado de nostalgias, fue una emotiva cita con la historia compartida. Los cuatro se fundieron en un largo y profundo abrazo colectivo. Gonzalo, pintor de profesión, con su melena blanca y sus ojos verdes, era el más feliz. Gustavo estampó un beso en la mejilla y un abrazo de hermano de cada uno de sus amigos del alma, los compañeros del juramento de Juaica. En la mañana de sol sabanero la emoción quedó reflejada en las carcajadas, un tanto nerviosas, y los monosílabos que se escapaban de la boca de Gustavo. Jairo y Germán parecían más parcos, pero sencillamente la emoción los bloqueó al inicio las palabras, que unos minutos más tarde saldrían a borbotones de sus corazones ansiosos de sumar recuerdos y regresar a la memoria amigos de la época.

Gustavo Petro y sus amigos de infancia en el cerro Juaico
Gustavo Petro y sus amigos de infancia en el cerro JuaicoJoel González (Joel González)

Minutos antes, Germán había recordado porqué crearon el grupo JG3 -por la unión de las iniciales de ellos- La sigla inocente molestó a los curas lasallistas en esos años en que comenzaron a formarse políticamente, leyendo de economía, pensamiento crítico e historia política, y a formar una identidad en el ámbito revolucionario. Cada uno tenía su propia relación con las luchas de la izquierda. Germán, recuerda, tenía un hermano mayor que había participado en las luchas estudiantiles; varios familiares de Jairo estaban vinculados con movimientos de izquierda, que los ayudaban en sus esfuerzos de formación. “El JG3 estaba dedicado a estudiar y a profundizar en teoría política, en economía política, en filosofía. Nos estimuló un poco también el profesor de filosofía”, recordó Germán.

En esos años de ímpetu combativo en Colombia y América Latina, en Zipaquirá, a pocos kilómetros de Bogotá, los cuatro jóvenes eran asediados por los reclutadores de los partidos de izquierda y movimientos guerrilleros. Les coqueteaban especialmente los elenos, pero también los militantes del Partido Comunista, el MOIR, y los marxista-leninistas del PC-ML. Como peces deseados por muchas redes, finalmente picaron ilusionados el anzuelo del M-19. “Nos sedujo su pensamiento nacionalista, que nos libraba del debate ideológico internacionalista de las demás organizaciones pro soviéticas, pro chinas y pro albanesas”, indicó Germán.

El profesor de filosofía, Salvador Medina, fue su protector en las duras batallas contra la disciplina lasallista. Allí, recordaron en medio de risas este sábado, su primera operación fue la recuperación del mosaico de graduados con la foto de García Márquez, que estaba relegado y abandonado en cualquier bodega. “Decidimos hacer un pequeño operativo de recuperación, de reivindicación, sobre todo para que no se perdiera la foto”, rememoró Germán.

Este sábado, en Juaica y durante más de una hora, ante ese pequeño grupo de hermanos de vida, Petro no fue el presidente, sino el compañero de colegio, el revolucionario que se reunió con sus amigos. Desde la distancia se veían felices. No era el mismo Gustavo que con lápiz en mano le habla al país de economía, orden público y política, confronta a sus ministros, y se enfrenta a las crisis permanentes de un país asediado por el conflicto y las conspiraciones. Ahí, sentado en la montaña, era un hombre libre de la tormenta política que lo asedia. Reía a carcajadas, y abrazaba a los amigos con quienes recordaba sus travesuras de infancia en el colegio de curas.

Cuando se levantaron, sus caras irradiaban la alegría de unos amigos que habían renovado su juramento de servicio a Colombia. Subieron unos cien metros más hacia la selva tupida, se metieron debajo de los inmensos árboles y durante unos minutos conversaron en privado. ¿De qué hablaron?, solo ellos lo saben. Algún día contarán ese secreto. Al bajar, parecían repetir los pasos de hace 49 años y caminar hacia el futuro con un mandato irrenunciable: transformar a Colombia, y permanecer unidos, como hermanos, como revolucionarios, como hijos de Bolívar.

Al despedirse, Gustavo los abrazó con los ojos encharcados de alegría. Sin pensarlo un segundo, les dijo en broma: “¡Hermanos, en 49 años nos vemos aquí!”. Y se subió a su camioneta blindada, con su séquito de escoltas y la coraza de su cargo, y ya no fue más Gustavo sino el señor presidente, el que tenía en su mente visitar, en el Hospital de la Policía, a los uniformados heridos, víctimas del terrorismo en Amalfi, Antioquia. De esa manera, volvió a la realidad de su mandato.

El presidente recordó que los jóvenes del JG3 querían “hacer una revolución con los obreros y campesinos del lugar”. Tres años después de asumir el poder como Jefe de Estado, esa revolución tiene el sello de la reforma agraria, que cambia la vida de los campesinos, y la lucha por la justicia social y la generación de esperanza. Su mayor alegría, ese sábado en el cerro de Juaica, fue reencontrarse con sus amigos del alma. “Volvimos 49 años después, y aún estamos todos vivos, sobrevivientes y resistiendo, compañeros”.

Uno de sus escoltas, que militó en el Eme y le ayudaba a subir al vehículo que lo llevaría hasta el hospital de la Policía, se volteó ante sus excompañeros y les susurró: “¡Palabra que sí¡” Fue una mañana de magia en esa montaña tan inamovible como el pacto de los cuatro de Juaica, los revolucionarios combativos del JG3, la célula juvenil que se multiplicó en el Colegio La Salle de Zipaquirá, donde el mosaico del Nobel dejó de vivir en el sótano gracias a su operativo relámpago.

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